Hoy los descubrimientos en torno a la física han cambiado la concepción del universo: espacio, materia y tiempo ya no pueden ser determinados, no existen fronteras claras entre ellos que los separen como se creía antes. La estética cuántica es una consecuencia lógica de la creciente disposición del artista a una creación cada vez más interdisciplinar. Resulta del interés por descubrir una manera diferente de ver el mundo a partir de las posibles interpretaciones que nos propone la física cuántica como inspiración y base conceptual de esta propuesta; la ciencia vista de modo práctico, de modo experimental y puramente intuitivo por parte de una artista.
Así, ante la pérdida de valor de lo acertado, lo inefable adquiere un nuevo valor trascendente. La intuición y la imaginación, imprescindibles para las artes, nos conectan a las formas intangibles de la naturaleza, como una capacidad innata de acceder a la red en la que estamos contenidos todos los individuos de nuestra especie, como en un gran campo fractal donde cada parte contiene la información de la totalidad y viceversa.
Todo procede de una emoción abstracta, de la potencialidad en el espacio vacío que rodea la forma sin el cual esta no podría ser; dicha potencialidad no se manifiesta de forma física, pero sin duda existe, y está ligada a otra realidad más espiritual con la que conectamos en los niveles más profundos de nuestra consciencia.
La experiencia estética sería entonces la propuesta de esta muestra artística como metáfora para sugerir un cambio de percepción frente a la obra y a la realidad que conocemos. Bajo la premisa de que solo se puede acceder a un conocimiento completo sobre lo que somos y el universo que nos rodea a partir de la experiencia sublime de lo inefable como punto de partida; la metáfora de Alicia en un mundo de maravillas.
La artista se vale del juego y la manipulación entre los planos de la realidad con la intención de plantear que la proyección de la realidad que conocemos no es única ni es estática, está contenida en un campo de amplias posibilidades y está siendo permanentemente creada por el observador tanto de la obra como de la vida. A partir de una composición abstracta la artista interviene la tela con capas de dibujos en carboncillo hasta completar una sola idea.
Alicia representa ese estado de búsqueda del conocimiento, que parte de la curiosidad, pero al mismo tiempo nos presenta la posibilidad de una forma paralela de entender el mundo, la decisión de entrar en él o no y qué tan lejos llegar dentro de la madriguera del conejo.
Este conjunto de obras, aborda diversos conceptos filosóficos, metafísicos y espirituales, en una construcción sinérgica que acoge elementos humanísticos y de las ciencias físicas en un discurso plástico de las artes visuales actuales. Haciendo uso de varias técnicas, la artista, crea piezas en gran formato que expresan sus pensamientos e ideas acerca de la realidad y el sentido espiritual de la experiencia humana y la vida como un acto creativo. La línea narrativa propone la idea de que, la realidad que experimentamos corresponde a una ilusión proyectada por la mente, a partir de metáforas sugeridas en las inocentes escenas donde la realidad se muestra tan manipulable como un juego de niños.
La retoma del carboncillo, como medio de expresión, confiere a la experiencia estética, la sutileza visual de los dibujos, y el romanticismo que evoca la naturaleza del sueño y la irrealidad de forma deliberada. En la composición, los elementos tomados de las imponentes y emblemáticas edificaciones de la arquitectura barroca, recrean espacios ornamentados y de gran peso visual; estos se tornan vulnerables y delicados ante la intervención sugerida, con la intención de subvertir nuestro punto de vista frente a lo que consideramos real. Las bibliotecas y los libros resuelven recursos iconográficos reincidentes, que simbolizan cada historia, etapa del camino y experiencias que inevitablemente construyen el personaje que creemos ser y al mismo tiempo nos limitan como una pesada carga y paradigma. Las escaleras nos remiten, en un sentido metafísico, a la constante posibilidad que nos ubica en el punto de decisión del momento presente, creando un camino que conjuga la ascensión energética de movimiento continuo. En algunas obras las imágenes se presentan como proyecciones circulares inspiradas en la idea de que los pensamientos se transforman en espejismos que se manifiestan en una realidad que no es estática.
La narrativa del cuento nos sugiere el camino de la vida como un trayecto cíclico en el que el héroe o el protagonista de la historia logra solucionar el conflicto que se le presenta para luego salir victorioso y alcanzar una recompensa. Al reflexionar sobre esta referencia, la artista explora la idea de que la experiencia de vida podría compararse con la ascensión de una gran espiral invisible, una vivencia intangible que resulta inexplicable con palabras pero que se manifiesta como inspiración de sus obras. A partir del concepto de “la realidad” como una construcción mental, sugiere que no hay otra realidad más allá de nuestra percepción y en ese sentido el recurso del mito nos presenta la posibilidad de ir más allá de lo que percibimos como límites de nuestras posibilidades.
Las obras reunidas en esta exposición dan cuenta de cómo lo escénico va cobrando vigencia en la obra, al incorporar una serie de iconografías y patrones de trabajos anteriores, concretamente el uso de figuras espirales, cortinas y bibliotecas que se convierten en telones para recrear momentos que cuestionan la realidad y que nos hacen participes de la representación escénica cuidadosamente orquestada por nuestro sistema de creencias sobre la vida y del rol que cada uno desempeña o cree desempeñar. Los dibujos en carboncillo recrean escenas en donde los sueños se juntan con realidades bajo una estética ilustrativa. A partir de espacios vacíos el paisaje se recoge en un tipo de elemento escenográfico fácilmente manipulable por los protagonistas de cada historia.
La nueva propuesta de los Habitáculos Espirales es el resultado de un trabajo de investigación desarrollado durante su reciente residencia artística de tres meses en Milán, tiempo en el que se dedicó a un exhaustivo trabajo de campo fotográfico y de apropiación de espacios arquitectónicos de diversas capitales europeas. Estas piezas se soportan de la versatilidad plástica del acrílico, como elemento manipulable que permite la creación de volumen, perspectiva y sobras propias del aparato teatral. En ellos se plantean escenas que se repiten en forma de actos que restan importancia al tiempo al fragmentar los segundos en secuencia de fotogramas. Los actores infantiles pretenden perpetuar esa visión inocente y desprevenida que los convierte en personajes atrapados en inercias sistematizadas, que resultan ilusorias en una realidad que se asemeja a un juego de ajedrez.
La reflexión visual que proponen estas escenas silenciosas que ocurren en lugares públicos, monumentales, pero que a su vez se tornan familiares e íntimos pretenden empatizar con espectador para sea este quien rellene los espacios con sus propias experiencias y memorias.
La obra de Giselle Borrás se compone de grandes carboncillos que nos conducen por el laberinto de sus obsesiones personales, revelando un mundo alucinado en estado de eterna confrontación entre la inocencia de sus protagonistas y la erudición manifiesta de sus espacios escénicos..
Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía… decía el poeta sobre esas fuerzas inmanentes e innegables enteramente subjetivas, a veces observables en formas puras como el amor de una madre para con sus hijos o el amor de la familia en general. Sin embargo, más allá de ese universo cálido y tangible, todas son preguntas, nuestros sueños, nuestras alegrías, nuestras tristezas, pensamientos, experiencias y sentimientos todo es un sinfín de cuestionamientos muy humanos…
En un mundo decididamente neocapitalista y tirano de las cosas sencillas, hablar “del alma” no es ni siquiera mal visto, más bien es un acto descartable para las mentes mediatizadas, monetizadas e insensibilizadas. La intuición, la imaginación y la creatividad, por su parte imprescindibles para las artes, nos conectan a las formas intangibles de la naturaleza y a los misterios de las preguntas primigenias.
La visión de Giselle frente a estos cuestionamientos se resume en esta propuesta artística llamada “Estética cuántica: Integración entre el mundo interior y exterior del ser”, donde se asume lo cuántico como la expresión con la cual se vincula y expresa la gravedad de todo lo desconocido por nuestra especie. Es decir, revalorando las preguntas presentadas a nosotros mismos en el devenir físico y spiritual, acompasado un ritmo cruzado entre las dudas y las certezas del alma, como lo ha hecho la ciencia ante los estados cuánticos de la materia.
¿Quién soy?, ¿De dónde vengo?, ¿Qué hago aquí?, ¿Por qué me acompañan quienes me acompañan?... y un largo etc. conecta nuestra fibra más interior con elementos reconocibles de lo que llamamos “realidad”, existencia de la cual hasta la ciencia plantea sus dudas. En este tono, sus obras son una excusa para auto preguntarse cómo me paseo por los pasillos de mi propia historia, como almaceno mis recuerdos, cuando sacralizo y porqué desacralizo ideas o personas en el devenir de la vida, cuáles son mis etapas o si las considero, mientras llegamos al reencuentro inevitable con la fuente primigenia.
Siempre ha sido motivo de reflexión los lazos que nos atan a la naturaleza y a la inmensidad el cosmos. Algunas veces nos olvidamos que estamos constituidos de la misma materia y energía que se anidan en los pluriversos y nos creemos separados de ellas. La obra de Giselle Borrás pretende llamarnos la atención sobre estos tópicos a los que no les damos la altura filosófica que merecen por andar inmersos en el recurrente pensamiento de la rutina citadina. Somos uno y también el otro, nos enfatiza Borras. Contra el arraigado egocentrismo que promueve la sociedad actual no podemos perder la conciencia del equilibrio integrador del ser con la totalidad de lo existente.
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